El monstruo de los Andes

03.05.2014 a las 00:05 hs 693 1




Pedro Alonso López (8 de octubre de 1948), también conocido como el Monstruo de los Andes, es un asesino en serie colombiano que tras su captura en 1980 confesó el asesinato de más de 300 niñas y jóvenes en Colombia, Ecuador y Perú. Si bien no se pudo establecer con certeza el número de homicidios ya que buena parte de sus cuerpos no aparecieron, en su confesión reconoció a los investigadores que había asesinado por lo menos a 110 muchachas en Ecuador, 100 en Colombia, y "muchas más de 100" en Perú. Logró ubicar un campo en Ambato Ecuador donde se hallaron 53 cuerpos, y 4 más en otros lugares. Si bien en otros puntos señalados por él no se hallaron cuerpos, Si se le da crédito a su versión, Pedro Alonso López es el asesino en serie que más asesinatos ha cometido.








Nacido en Santa Isabel y llegado con sólo 6 meses de vida al departamento (provincia) de Tolima, fue expulsado de su hogar al ser sorprendido por su madre -una prostituta que engendró 13 hijos-, mientras mantenía relaciones sexuales con una de sus hermanas. El era el séptimo hijo. Tenía entonces 8 años de edad y se lanzó a los caminos. Tardó más de un año en llegar a Bogotá, desamparado y famélico (comía lo que podía rescatar de los tachos de basura), sin saber a quién acudir. Un hombre de edad le ofreció casa y comida, pero aquello no fue otra cosa que una perversa treta para violarlo. Muy duramente iniciaba el aprendizaje de la vida, que no le ahorraría dolores y humillaciones y despertaría en él una inextinguible sed de venganza.
A la edad de 12 años fue adoptado por una familia estadounidense. Pero una nueva agresión sexual por parte de un profesor le hizo huir de nuevo y volver a las calles.
En 1969 con 18 años de edad fue encarcelado por hurto y condenado a siete años de prisión.








En la cárcel compartió celda con otros cuatro presos, que lo violaron reiteradamente en la primera noche de su reclusión. Ese día se graduó en venganza. Ya no era niño para llorar en soledad sus penas y sus miedos. Había aprendido otros códigos más eficaces. Sin exteriorizar rencor alguno, esperó la llegada de la hora de la venganza. No debió esperar demasiado. Robó un cuchillo de la cocina del penal y, de noche, mientras sus compañeros de celda dormían profundamente, los hundió en el sueño más profundo: degolló a los cuatro. Como fue declarada defensa propia, sólo se le añadieron 2 años de condena.




Pedro Alonso López pensó que, definitivamente, algo no funcionaba bien en la sociedad o que él había vivido equivocado acerca de la escala de valores: siete años por robar un automóvil, dos años por asesinar a cuatro hombres. Quizá, después de todo, la vida humana valiese menos que la mayoría de los bienes materiales de la vida. Siempre se aprende algo nuevo. En 1978 recobró su libertad y, abandonando Bogotá, se encaminó hacia las laderas occidentales de la cordillera de los Andes. Las comunidades andinas, sumidas en un secular desamparo, ofrecían amplio campo para el objetivo fundamental de su vida: la venganza. Allí inició su serie sangrienta, que no tiene parangón en la historia del crimen en América Latina.








A su salida de prisión en 1978, Pedro viajó extensamente por Perú. Durante este tiempo, que él más tarde reconoció, había empezado a atacar violentamente y asesinar por lo menos 100 muchachas jóvenes de tribus locales por toda la región. La verdad es que es imposible verificar estas denuncias, pero lo que sí se sabe es que fue capturado por un grupo de Ayacuchanos, en el norte del Perú, mientras intentaba secuestrar a una muchacha de tan solo 9 años de edad.
Los indios le despojaron de sus ropas, pertenencias y lo torturaron durante varias horas antes de decidir enterrarlo vivo. No obstante, tuvo la suerte de su lado, porque un misionero americano intervino y convenció a sus captores que el asesinato era impío y que deben entregar a Pedro a las autoridades. Ellos consideraron esta posibilidad y liberaron a su prisionero a las autoridades peruanas. Fue entregado a la Policía que, sin someterlo a interrogatorio, lo deportó a Ecuador; al fin de cuentas, se trataba de denuncias de indígenas...








Ecuador fue la siguiente etapa de su camino de venganza. Obraba siempre con la misma metodología: suaves maneras persuasivas, promesas de dulces y juguetes, el traslado de la menor a algún paraje desolado, la violación, el asesinato y el entierro del cadáver. Sólo mataba de día, porque, como confesó al ser definitivamente capturado, le producía el máximo placer sexual contemplar cómo la llama de la vida se apagaba lentamente en los ojos de sus pequeñas víctimas mientras eran estranguladas. La serie sangrante en Ecuador concluyó abruptamente en abril de 1980, cuando una inundación barrió los suelos de la periferia de Ambato y dejó al descubierto varios cadáveres. Apenas unos días más tarde, su intento de secuestrar a otra criatura fue frustrado por los gritos de auxilio proferidos por una hermanita de la inminente víctima. Pedro Alonso López fue capturado por algunos lugareños y entregado a la Policía, que vinculó el fallido secuestro con el hallazgo de los cadáveres en pequeña ciudad ecuatoriana.




Imagen de la reconstrucción de los asesinatos




Pedro se encontraba muy tranquilo. Mantuvo un inquebrantable mutismo en los interrogatorios hasta que conoció a su compañero de celda. A él le narró la historia más aberrante que cualquier delincuente podía haber escuchado en su vida: "he asesinado a unas 110 niñas en Ecuador, un centenar en Colombia y más de 100 en Perú. A mí me caen bien las muchachas en Ecuador porque son más inocentes, confian más en la palabra de los extraños que las colombianas", le dijo.



Ya entrado en confianza el asesino se ofreció a guiar a la policía hasta los lugares donde enterraba a sus víctimas: en una sola de las tumbas colectivas fueron encontrados los cadáveres de 53 niñas de entre 8 y 12 años de edad. Ya no hubo dudas. Más aún: según un alto funcionario del Sistema Penitenciario ecuatoriano, excederían de 400 los crímenes cometidos por el llamado “Monstruo de los Andes”. La Justicia de Ecuador lo condenó a reclusión perpetua.








En un reportaje que concedió en la cárcel, Pedro Alonso López dio detalles escalofriantes de su salvajismo: “Me sentía satisfecho con un asesinato si lograba ver los ojos de la víctima. Había un momento divino cuando ponía mis manos alrededor del cuello de las niñas y observaba cómo se iba apagando la luz de sus ojos. El instante de la muerte es terriblemente excitante. Una niña necesita unos 15 minutos para morir”. Y proclamó orgullosamente: “Soy el hombre del siglo. Nadie podrá olvidarme”




Estuvo preso en Ecuador hasta 1998 que fue liberado, previo pago de una fianza de U$s 50, vuelto a apresar en menos de una hora como "inmigrante ilegal" y entregado a autoridades colombianas por pedido de extradición (tejes y manejes de las leyes) . En Colombia es recluido en un hospital psiquiátrico, años después es declarado sano y es dejado en libertad.
Al momento no se sabe de su paradero actual, aunque durante su detención un grupo de padres de víctimas habría manifestado "hacer justicia por cuenta propia" si Alonso Lopez salía nuevamente en libertad. Interpol presume que fue ejecutado ilegalmente.




#TODOSPUTOS
#AGUANTENLOSTRAVAS





El éxito de la organización criminal radica en la penetración en el mundo legal, con la corrupción como su principal herramienta.-

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