El origen de la llama(leyenda)

25.05.2014 a las 01:55 hs 1034 2


Hace muchos años, existió una Llamaya o “Pastor de llamas”, que caminó y cruzó por las cordilleras de los Andes del Sur. En su caminar, descubrió en los páramos del antiguo Reino de los Puruhaes, provincia de Chimborazo, abundante humedad y riqueza en su flora y fauna, razones suficientes que lo motivaron a quedarse a vivir y morir en aquella tierra.

El Pastor de llamas, era descendiente de los famosos astrónomos o conocedores de los luceros del cielo, muy enamorado de la tierra, las plantas, los animales, el bello espacio de la naturaleza... Como signo, llevaba en su frente al “Dios sol”, moldeado en oro y sujeto con una fajita de llama negra y blanca.

Antes de morir, el Pastor reunió a varios niños, jóvenes y adultos, para compartirles su sabiduría astral y con ella, el desconocido origen de la llama. Les habló de los sabios quiteños puruhaes, cañaris e incas, que fueron ricos en conocimientos sobre las maravillas del sol, la luna, las estrellas, el arco iris, la tierra, el agua, y de las relaciones íntimas entre Dios, el universo y el ser humano. Les contó cómo aquellos hombres eran observadores constantes de los cielos nocturnos de Mayo, Junio, Agosto y Diciembre, épocas en las que asoma en el cielo un grandioso conjunto de estrellas suspendido en el firmamento, irradiando luz y energía, y anunciando con sus brillos y posiciones tiempos y espacios: nevadas, vientos, fríos, heladas, sequías, lluvias...

El Pastor animaba a aquellas gentes, explicándoles sobre las constelaciones o figuras que se forman con las estrellas en el cosmos. Para poder admirar mejor la belleza del cielo, les había invitado a ascender al Chimborazo. Todos, ilusionados, aceptaron valerosamente el reto y de inmediato se pusieron en marcha con cantos, música y loas. Caminaron varias horas de la tarde y de la noche, justo en el día especial dedicado a la “Fiesta del Sol”.
Subieron lentamente por arenales, pajonales, pedregales, lomas, aristas, crestas de ceniza petrificada e hieleros. Recibieron las últimas luces del astro de la luz, escucharon el silbido del viento, a veces tierno, suave y amoroso, y otras tenebroso, fuerte como mil aullidos de los lobos salvajes o como el aire que llora triste en las vasijas de barro abandonadas. Sus cuerpos se bañaron de arenilla blanca con partículas de obsidiana roja y verde, y muchas veces se extraviaron por la espesa niebla. Al final, a todos les causó una agradable sorpresa cuando, silenciosamente, la nevada o papacara blanqueó milagrosamente la tierra.


Al llegar a la primera elevación del Chimborazo, conocida como la “Roca del Cóndor”, contemplaron paisajes de ensueño, y a la tierra luciendo vanidosamente su vegetación de varios colores, roturada de quebradas, adornada de hierbas, pajonales y flores, majestuosos y furiosos volcanes, montañas con sus páramos cubiertos de pajas verdes, rojas, blancas y doradas. Jóvenes y mayores admiraron, muy alegres, el descenso lento de las nieblas a humedecer a la madre tierra y escucharon el canto de amor del agua al diluirse en gotitas sus glaciares.

Dicen que el Pastor de llamas, posándose en un bloque de ceniza cubierta de nieve, respiró profundamente, alzó sus ojos al cielo y señaló el gran conjunto de estrellas, explicando las figuras, nombres y beneficios de cada una de las constelaciones del “Río de Estrellas” o Vía Láctea: el Cóndor, la Raposa o Zorro, las Siete Cabrillas, Centauro, Saco de Carbón o Laguna Negra, la MADRE LLAMA y Serpiente, entre otras.
Los presentes, pese a realizar muchos esfuerzos, no lograban ver la figura de la Madre Llama. Angustiados, le reclamaron al Pastor. Él, con su bastón de chonta y plata, formó un ángulo de 70 grados, desde el Chimborazo al Río de Estrellas y les dijo:

-Fíjense a la derecha de la Vía Láctea. Allí hay cuatro estrellas grandes y muy luminosas, dos horizontales y dos verticales equidistantes, que forman una cruz perfecta (de ahí su nombre Cruz del Sur). A su izquierda, se encuentra una oscuridad con la forma de una llama divina, bonita, gigante y portentosa, de cuello largo, cabeza pequeña, con sus orejitas hacia atrás en señal de alerta y sus dos primorosas crías que se estiran y corren hacia el pie de la Cruz del Sur a beber el agua de la Laguna Negra o constelación del Saco de Carbón. El brillo deslumbrante de sus ojos, son las dos estrellas Alfa y Beta, de la constelación de Centauro.


Los curiosos visitantes, sin parpadear, con las mejillas enrojecidas y los corazones latiendo fuertemente, exclamaron:

-¡Ahí está la Llama!... ¡Sí, es la llama!... ¡Es linda, y aún mejor sus crías!...

Un niño despierto y curioso llamado Leonidas, preguntó al Pastor:

-¿Acaso de este Río de Estrellas vinieron las llamitas a la tierra?

El Pastor, sonriente y feliz, contestó:

-“Hace incontables pases de luna, allá en el Río de Estrellas, hubo un huracán tempestuoso que revoloteó y resquebrajó a varios luceros. Muchos se despedazaron y se transformaron en masas de luz, y otros en gases y en galaxias que flotaban en el cielo. Los sabios, contemplaron entonces nuevos luceros, asteroides, meteoritos y cometas, con sus colas largas derramando luz.

Pasado un tiempo, vieron el acercamiento a la tierra de algo parecido a un globo de luces, expulsando rayos potentes y de rarísimos colores. Una noche de verano, cuando en el Reino de los Puruhaes o Chimborazo, estaban celebrando la gran Fiesta de la Cosecha, la tierra se iluminó tanto, que sus habitantes creyeron que era el castigo de sus dioses. Todos huyeron despavoridos y aterrorizados, por quebradas, lomas, huertos y bosques, lanzando gritos lastimeros y lloros. Mientras, los ancianos astrónomos, desde un Machay (hueco en roca), aprovecharon para ver la caída de un pedazo de estrella, rumbo al cráter del volcán Chimborazo: nieves, piedras encendidas salpicaron al cielo, lluvias copiosas, relámpagos, cenizas, espirales de vapores se elevaron por los aires hiriendo al cielo, truenos sonoros y vibrantes hicieron temblar a los suelos y fuerzas misteriosas de aire, tierra, agua y fuego moldearon las tres elevaciones, cada cual más bella que las otras.

El pedazo de estrella rodó por las tres cumbres de hielo, hasta descansar en el Valle Sagrado del Sol, llamado en ese entonces Chuquipoguio, lugar donde se golpea el agua y canta a su purificación. Sorprendidos, contemplaron cómo la madre tierra abrasaba cariñosamente al trozo de estrella, cubriéndola con sus nieblas, hierbas y flores fragantes. El vapor que revoloteaba por los aires del volcán trizado, formó un grandioso Arco Iris que enlazó y hermanó a Sur América. La tierra y el pedazo de estrella de la constelación de la Madre Llama se reencontraron, mezclaron y se poseyeron mutuamente creando y desarrollando una vida nueva”.


Al acabar la historia, el Pastor de llamas, recomendó a los hombres y mujeres andinos, defender, respetar y amar a las llamas, vicuñas y alpacas, y cuidar a la tierra y a la naturaleza.
Saludó por última vez a todos los que allí se encontraban escuchándole, y se extinguió entre los rayos de luz que adornaban el Chimborazo.

LLAMITA CELESTIAL

De los cielos vino la llamita
Embarcada en el huracán,
La Cruz del Sur la hizo bonita
Para belleza del rojo volcán.

Río de estrellas han en el cielo
Luces encienden a la Cruz del Sur,
Llamas de oro, barro y hielo
Caminan en América del Sur.

Elegante llamita andina
Tesoro rico de mi pajonal,
Bebes agua dulce y cristalina
Del Chimborazo cumbre nacional.

Fuente:
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vendo panchos

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