Cuando sos tu propio enemigo.
Salud y Bienestar 21.05.2020 a las 13:40 hs 290 1
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Ser enemigo de uno mismo es experimentar sentimientos de rechazo frente a lo que somos, pensamos y sentimos. Ejercer una crítica mordaz y sobredimensionada frente a todo lo que hacemos. Sabotear cualquier oportunidad que aparezca para estar mejor o ser más feliz.
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No hay amor sin odio, como no hay odio sin amor. Ambos sentimientos son como la noche y el día: la cara y el sello de la misma moneda. Hasta en los afectos más tiernos y transparentes siempre hay ráfagas, o bocanadas, de odio. Esto se debe a que toda forma de amor implica alguna dosis de insatisfacción. No existe el amor perfecto, porque no existen seres humanos perfectos.
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“Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos.”-Buda-
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Nadie nace odiándose. Todo lo contrario. Al comienzo de la vida somos gente que pide todo y no da nada. No tenemos ninguna duda acerca de la legitimidad de nuestras necesidades y deseos. Pero es precisamente en la infancia donde se comienzan a cocinarse esas abrumadoras fantasías negativas acerca de nosotros mismos, que pueden marcar toda la vida.
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Lo que nos lleva a esa fatal convicción es la presencia de una figura que así nos lo hace creer. Se trata de alguien amado y fundamental durante nuestro crecimiento. El padre, la madre, o ambos. A veces es toda una estructura familiar. O alguien de quien dependemos de algún modo.
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La persona queda atrapada en el espejo. O sea, perpetúa la mirada negativa que alguna vez recayó sobre ella. Internaliza el odio o el rechazo del que fue objeto. Admite como válidos esos sentimientos hacia sí mismo.
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En la raíz de muchos problemas comunes, como la depresión, siguen vivas este tipo de historias. Sigue viva esa negativa a evaluar objetivamente lo que nos dijeron o nos hicieron. Aceptamos pasivamente que sí, que lo merecíamos. Y terminamos cargando con un peso que no nos corresponde.
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Edith Sánchez
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Imágenes cortesía de Ryohei Hase.
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Dalia
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Ser enemigo de uno mismo es experimentar sentimientos de rechazo frente a lo que somos, pensamos y sentimos. Ejercer una crítica mordaz y sobredimensionada frente a todo lo que hacemos. Sabotear cualquier oportunidad que aparezca para estar mejor o ser más feliz.
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No hay amor sin odio, como no hay odio sin amor. Ambos sentimientos son como la noche y el día: la cara y el sello de la misma moneda. Hasta en los afectos más tiernos y transparentes siempre hay ráfagas, o bocanadas, de odio. Esto se debe a que toda forma de amor implica alguna dosis de insatisfacción. No existe el amor perfecto, porque no existen seres humanos perfectos.
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“Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos.”-Buda-
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Nadie nace odiándose. Todo lo contrario. Al comienzo de la vida somos gente que pide todo y no da nada. No tenemos ninguna duda acerca de la legitimidad de nuestras necesidades y deseos. Pero es precisamente en la infancia donde se comienzan a cocinarse esas abrumadoras fantasías negativas acerca de nosotros mismos, que pueden marcar toda la vida.
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Lo que nos lleva a esa fatal convicción es la presencia de una figura que así nos lo hace creer. Se trata de alguien amado y fundamental durante nuestro crecimiento. El padre, la madre, o ambos. A veces es toda una estructura familiar. O alguien de quien dependemos de algún modo.
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La persona queda atrapada en el espejo. O sea, perpetúa la mirada negativa que alguna vez recayó sobre ella. Internaliza el odio o el rechazo del que fue objeto. Admite como válidos esos sentimientos hacia sí mismo.
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En la raíz de muchos problemas comunes, como la depresión, siguen vivas este tipo de historias. Sigue viva esa negativa a evaluar objetivamente lo que nos dijeron o nos hicieron. Aceptamos pasivamente que sí, que lo merecíamos. Y terminamos cargando con un peso que no nos corresponde.
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Dalia
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