¿ El amor Utopía?

07.05.2014 a las 21:05 hs 1280 2



La filosofía y el amor




¿Qué es el amor? ¿Realmente existe? ¿En dónde está? Estas son, seguramente, algunas de las preguntas que todo ser humano se hace al menos una vez en su vida. El amor es una de las experiencias más naturales que el hombre puede tener, pero una de las más complejas.

La filosofía, desde tiempos inmemoriales, ha hablado de dicha experiencia (aunque quizá no lo suficiente). Platón, Jesús de Nazaret, Pedro Abelardo, León Hebreo, Schopenhauer, Kierkegaard, Christopher Phillips o Javier Sábada, son algunos de los nombres que pueden figurar en esta lista. De hecho, la filosofía, en sí misma, es una experiencia amorosa. Esa philía que para los antiguos griegos era el equivalente de un “amor de amistad”, pero una amistad llevada mucho más allá de los límites que hoy le damos, una amistad que implica un “afán compartido” (Phillips, 2008: 199).



El filósofo hace un pacto de amor-amistad, con la sabiduría (sophía), se compromete a cultivar con ella una amistad profunda. Se podría decir que el filósofo debe ser el primer creyente y practicante del amor, pues, como tal, es un enamorado. Por lo anterior, las primeras preguntas que debiera responder todo filósofo que se precie de serlo son las antes enunciadas. Tal como en el diálogo de Lisis, la cuestión es entender nuestra experiencia primigenia (Platón, 1981: 203a-223b). Ser filósofo implica amar algo, pero antes de preguntarse qué, sería importante indagar en qué consiste ese fenómeno y, desde ahí, averiguar qué es el amor.


Una visión utópica del amor




La primera mirada del amor que retomamos es la del romántico. Esta visión, más de corte intuitivo y poético (el espíritu de fineza pascaliano) que racional, alude al amor como una fuerza creadora capaz de los más grandes milagros. All you need is love sería la consigna de este movimiento.
“Cada uno de nosotros ha de hacer todo lo posible por recuperar el amor” (Phillips, 2008: 16)

El amor, entonces, sería ese sublime sentimiento de conexión con otros, sea una mujer o un varón (eros), un desconocido (xenía), un familiar (storgé), un amigo (philía) o Dios mismo (ágape). Por ejemplo, para Pausanias el eros se puede entender de dos maneras: la primera sería la del “eros sexual”, que es el par de la “voluntad de vivir” schopenhaueriana, pues sólo busca el cumplimiento (indiscriminado) de los apetitos sexuales, ensimismado en la consecución de un placer individual; y el “eros celestial” sería aquel dirigido a la búsqueda de la Belleza, la más alta expresión del Ser, como Idea absoluta (Phillips, 2008: 63; Platón: 2008: 180c-185c).




Siendo más concretos nos encontraríamos con tres tipos de amante, según cada caso

. El “eros sexual” sería practicado por el “amante maligno” que sólo busca su satisfacción, aún a costa del “amado”, llegando incluso a esclavizarlo y engañarlo.
Entre el “amor sexual” y el “celestial” habría una especie de “limbo”, ocupado por el “no-amante”, que al ser demasiado prudente no provoca mayor sentimiento en los demás.
Por último, el “eros celestial” se acompañaría del “amante noble”, “que no busca aquello que es mejor para él, sino que solo está preocupado por la persona amada” (Phillips, 2008: 64).

La utopía en el amor significa creer que es posible amar al prójimo y amar al enemigo. En la filosofía ubuntu si alguien te abofetea no sólo hay que poner la otra mejilla, sino incluso abrazar a esa persona (Phillips, 2008: 126). La cuestión del utopismo se guía por la virtud de las personas en el manejo de este tipo de praxis. ¿Cuántos de nosotros realmente amamos a nuestros enemigos? ¿Cuántos pondríamos la otra mejilla? ¿Cuántos perdonaríamos una gran ofensa?





Una visión pesimista del amor



Eso nos lleva a la “otra mirada”, la del pesimismo. Arthur Schopenhauer es tajante: el amor “no se trata más que de una cosa muy sencilla. Sólo se trata de que cada macho se ayunte con su hembra” (Schopenhauer, 1998: 22). El fundamento de aquello a lo que llamamos amor es el “instinto dirigido a la reproducción de la especie” (Schopenhauer, 1998.: 32). Pero claro, el hombre en su altitud antropolátrica se siente superior a cualquier tipo de instinto, pues eso se lo reserva a los animales, él, por su parte, hombre evolucionado o hijo de Dios, tiene de su parte la inteligencia, por lo que todo aquello que suene a “irracional” le es ajeno. Por eso es que “para lograr su fin es preciso que la naturaleza engañe al ser con alguna trampa, en virtud de la cual vea, como un iluso, su propia ventura, en lo que en realidad sólo es el bien de la especie” (Shopenhauer, 1998: 27).




A eso le llamamos amor: una ilusión que crea la “voluntad de vivir” para intelectualizar los impulsos primitivos, pues el hombre al no reconocer su parte animal como primordial en sus actos, crea un concepto que le permite seguir creyendo que todos sus actos son sublimes e intelectuales, cuando la realidad es mucho más simple. Quiere reproducirse, esa es la función del amor. “Meditatio compositionis generationis futurae, e qua iterum pendent ennumerae generationes” (meditación sobre la composición de la generación del futuro, de la que dependen, de nuevo, innumerables generaciones) (Shopenhauer, 1998: 23).




Una afirmación semejante hará Thomas Mann quien verá la analogía entre los conceptos de voluntad e intelecto con el yo y el súper yo (Mann, 2000). Lo mismo sucederá con la teoría de la sexualidad freudiana, anticipada ya por Schopenhauer. Por ello es que hay quienes osan investir a este filósofo con el título de “padre de la psicología moderna” (Murphy, 2011: 61).

Por mi parte, prefiero decirle “el abuelo de la sospecha”, ya que dos de los llamados “padres de la sospecha” fueron influenciados por su obra de manera directa y evidente: Nietzsche y Freud. Schopenhauer sospecha que la tradición de la filosofía occidental, basada en el triunfo de la razón, es una gran farsa y ahí se encuentra el amor, que también es objeto de sospecha.

El amor no es más que la reproducción por la perpetuación de la especie. En cuanto a Darwin, podríamos comparar algunas de las premisas de lo que Schopenhauer llama la “herencia de las cualidades” con la “teoría de la evolución por selección natural” de Darwin. Las similitudes saltan a la vista.





¿Qué es lo que hacemos los demás? ¿Qué tipo de amor practica el hombre? La guerra, el asesinato, la violencia física o psicológica, la hambruna, la infidelidad. Sólo por mencionar algunas cifras, según Janick de Oliveira Cézar “todo el mundo ha sido, fue o será infiel” (Janick de Oliveira Cézar: 2006).

Por otra parte, se podría mencionar aquella teoría que dice que el amor es en gran medida un producto bioquímico. Sustancias como la oxitocina, vasopresina, dopamina y serotonina son las encargadas de generar las sensaciones del amor. Ignacio Camacho Arroyo propone tres etapas en la naturaleza biológica del amor:


El ágape, que en el cristianismo algunos convirtieron en fanatismo, causante de la otra mitad de las guerras. Esto sin tomar en cuenta que muchos “actos de amor” sólo son perpetuados buscando algún tipo de recompensa, sea en este mundo o en el otro.




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