Jeffrey Dahmer, el Carnicero de Milwakee

29.06.2015 a las 18:40 hs 1999 1

La historia de Jeffrey Dahmer, el asesino de Milwaukee




NOMBRE: Jeffrey Lionel Dahmer

PAÍS: Estados Unidos

FECHA DE NACIMIENTO: 21 de mayo de 1960

FECHA DE FALLECIMIENTO: 28 de noviembre de 1994

APODOS: El Carnicero de Milwaukee

NÚMERO DE VÍCTIMAS: 17

CARGOS JUDICIALES: Abuso de menores, asesinato, conducta indecente, intoxicación pública y conducta disociativa.

CONDENA: 15 cadenas perpetuas.



Desde bien joven, Dahmer mostraba una actitud muy negativa para con el resto de humanos, hecho que desencadenaba en falta de amigos, falta de trabajo, falta de relaciones sexuales, falta de dinero, y en resumidas cuentas, falta total de todo, haciendo que su vida fuese todo lo contrario al perfil normal de una persona de su edad.

Como era de suponer, una persona con este perfil psicológico tan complejo, había tenido problemas serios en el pasado que habían desembocado en todo lo contado anteriormente. Sus padres de siempre tuvieron una relación tortuosa, llevando dicha relación a un divorcio inevitable. Además Dahmer sufrió bromas e insultos de sus compañeros en el colegio cuando era un niño.

Sin embargo Dahmer tenía una afición poco común para niños de su edad, pero al menos tenía una "pequeña" ilusión en la vida: la de capturar insectos y conservarlos en formol. Un interés casi patológico por los bichitos...

Con el tiempo los "bichitos" comentados anteriormente, se convirtieron en animales tales como ardillas, mapaches, gatos etc, y con ellos va un poco más allá...

Escondido en un cobertizo de madera en una colina de Ohio, Dahmer comenzaba a transportar cadáveres de animales varios hacia los bosques del lugar donde se encontraba, y allí dejaba que los cadáveres se pudrieran, para luego blanquear los huesos en lejía.







Jeffrey Dahmer iba creciendo como cualquier niño de su edad, y en la época de adolescente comenzó a masturbarse de forma compulsiva, con revistas de modelos homosexuales, y hasta mirando las tripas de los animales que se descomponían. Además y por si fuera poco, comenzó a beber de forma descontrolada.

Cuando había cumplido los 17 años de edad su padre abandonó la casa familiar, y esto coincidió con el declive definitivo y absoluto del cerebro del joven Dahmer. Pocos días después acabaría con la vida del que sería su primera víctima de un total de 17...

Recogió en la autopista a un autoestopista llamado Steven Hicks, con la única intención de acabar con su vida, y así lo hizo. Lo llevó a su casa, lo mató, lo metió en cubo de basura, y arrojó dicho cubo con el cuerpo del autoestopista a un barranco.

Había comenzado su peculiar carrera como Psicokiller, una carrera que sería absolutamente imparable e insaciable...







La policía todavía no conocía al joven Dahmer, y este en un intento de rehacer su vida, ayudado en gran parte por su padre, ingresó en una universidad, aunque fue expulsado por asistir a la misma borracho y en un estado lamentable. También intentó meterse en el ejército de Estados Unidos, pero fracasó en el intento. Tras irse a vivir con su abuela, parecía que la vida de Dahmer iba a dar un giro de 180 grados, ya que por primera vez en su historia, fue capaz de encontrar un trabajo por sus propios medios. Además había rebajado mucho, las dosis de alcohol en sangre. Pero desgraciadamente para sus futuras víctimas, todo fue algo pasajero...

Tras una nueva recaída en sus facultades mentales, robó un maniquí de una tienda con el cual comenzó a mantener relaciones sexuales. Paralelamente su obsesión con masturbarse, volvió a hacer acto de presencia, y además comenzó a frecuentar saunas en Milwaukee, famosas por acoger de forma mayoritaria, a homosexuales.

Dahmer conoció a varios chicos en las saunas, con los cuales intentó mantener relaciones sexuales de forma normal, pero no lo consiguió. No podía excitarse con una persona, si la misma estaba despierta, por lo que optó por hacerles tomar somníferos a sus parejas de cama, para de este modo conseguir que se durmieran y poder sentir placer sexual con ellos. Tras enterarse sus parejas que Dahmer les echaba somníferos en las copas, todos ellos acababan abandonándolo.

Dahmer pues encontró una forma de poder sentir placer sexual: con cadáveres.





En el año 1986, Dahmer entró en contacto por primera vez con las fuerzas del orden, tras ser detenido por exhibicionismo indecente. Tras el análisis forense que le practicaron en el juzgado, un informe dedujo que Dahmer tenía una "personalidad muy peligrosa". Y desde luego que el informe no iba mal encaminado...

Harto ya de su vida, Dahmer decidió que de algún modo tenía que buscar sensaciones fuertes, y comenzó a asesinar a diestro y siniestro.

Su segunda víctima oficial, fue un joven de raza negra al cual le suministró una bebida con varias drogas en una noche de fiesta. Al amanecer el asesino se despertó encima del cuerpo del hombre, inerte y completamente ensangrentado. A pesar de que él dijo no recordar haberle matado, llevó el cadáver a casa de su abuela, y en el sótano lo desmembró, le arrancó la cabeza y posteriormente coció el cráneo para blanquear los huesos. Tal y como contamos líneas más arriba, primero blanqueaba a los insectos, luego a animales más grandes, y al final como podéis comprobar, a seres humanos.

Tras esta terrible muerte en su haber, Dahmer continúo con su imparable carrera, utilizando el mismo "modus  operandi", el cual consistía en ofrecer dinero a chicos jóvenes para mantener relaciones sexuales con ellos, llevarlos a su casa, drogarlos, asesinarlos y después cocinar sus cadáveres. Y por supuesto como buen asesino en serie que se precie, se quedaba partes de los cuerpos, preferiblemente con las cabezas, a modo de trofeos.

Hay que decir que no solo mató a chicos mayores de edad, si no que lo intentó incluso con niños de 13 años, uno de ellos el cual se libró de milagro de acabar en su olla.

A continuación pueden ver una fotografía de 16 de sus víctimas... llama poderosamente la atención, que la mayoría de ellos son de raza negra.








Tras tener a la policía ya pisándole los talones, Dahmer se instaló en un apartamento y allí fue donde consumó atrocidades de todo tipo con los cuerpos de sus víctimas, como por ejemplo hervir los órganos de todos ellos, para posteriormente comérselos. Aparte de ser un asesino compulsivo, Dahmer ya era un caníbal que además disfrutaba viendo como sus víctimas se cocían en una olla gigante.

No conforme con todo esto, se bañaba con los cadáveres, los abría y se frotaba con las vísceras para darse placer sexual, guardaba corazones en el frigorífico, y más y más atrocidades que hasta cuestan de redactar. La policía tras ser detenido acusado de asesinatos múltiples, redactó todas estas barbaridades que habían comprobado cuando practicaron el registro del apartamento del ya conocido como "Carnicero de Milwaukee".

Sin embargo el que iba a ser su víctima número 18, un hombre llamado Tracy Edwards, fue el que le llevó al fin de su carrera como Psicokiller...

La historia se remonta al año 1990  o 1991, cuando Edwards le conoce en un centro comercial de Milwaukee. En el lugar Dahmer utilizó el mismo "modus operandi" de siempre, el de inventarse una historia para llamar la atención del hombre, y de este modo conseguir llevarlo a su apartamento de los horrores. Le ofreció una copa a Edwards, y este sin saberlo, se iba a convertir en pieza clave para detener y acabar con Dahmer "El Carnicero de Milwaukee" para siempre.




Edwards accedió a ir al apartamento de Dahmer, pero por un despiste del mismo, consiguió escapar del lugar y denunció los hechos a la policía. Fue de este modo como la policía comenzó la investigación y acabó deteniendo a este asesino repugnante que había causado un auténtico pavor en la ciudad de Milwaukee.

El día 27 de enero de 1992, comenzó el juicio contra Jeffrey Dahmer, en el cual fue condenado a 15 cadenas perpetuas por los asesinatos de los 17 jóvenes.

Solo dos años duró vivo en la cárcel, ya que en noviembre de 1994, fue golpeado brutalmente por otro preso hasta causarle la muerte.

Pero si pensabais que esta historia macabra termina aquí, nada más lejos de la realidad...

Tras su muerte, sus padres se pelearon por conseguir el cerebro de su hijo. La madre lo quería vender a la ciencia para que fuera estudiada la conducta de su hijo, y el padre quería enterrar la cabeza bien lejos y en un lugar anónimo, para cerrar la terrible herida dejada en la vida de esta familia.

Las familias de las víctimas también quisieron unirse a la sinrazón, y tras duras batallas legales, consiguieron los derechos para subastar los objetos con los cuales Dahmer había matado a sus "presas", subastando la nevera donde estaban los cadáveres, los cuchillos y sierras con los cuales troceaba los cuerpos, etc etc.

Sin duda una historia atroz, en todos los sentidos.












ANEXO:
Una entrevista entre Dahmer y Robert Ressler:
La entrevista, realizada con Jeffrey Dahmer en la biblioteca de la prisión y efectuada por el investigador del FBI Robert Ressler, fue publicada en el libro Dentro del monstruo en 1997. En dicha entrevista, Ressler intentó una aproximación a la mente de Dahmer. Lo que se verá es un fragmento de esa entrevista, desarrollada durante el periodo en que se efectuaba el juicio de Jeffrey Dahmer:




Robert Ressler (RR): Retrocedamos a la época de Bath, cuando cometiste tu primer delito, y quitaste la vida a un ser humano. ¿Antes de eso…?

Jeffrey Dahmer (JD): No hubo nada.

RR: ¿Ninguna agresión, ni nada parecido?

JD: No. Violencia contra mí, sí. Fue a mí a quien atacaron, sin motivo.

RR: ¿Puedes describir brevemente lo que ocurrió?

JD: Había ido a visitar a un amigo y volvía de noche a casa; vi que se me acercaban tres chicos del instituto, estudiantes de último año. Uno de ellos sacó una porra y me golpeó en la nuca. Así, sin motivo. Eché a correr.

RR: Hablemos un poco de la ruptura de tu familia. Es doloroso para mucha gente, para la gente que ha hecho lo mismo que tú, y puede convertirse en un elemento importante de su vida. Permíteme que te pregunte: ¿en algún momento sufriste alguna agresión sexual?

JD: No.
Ressler y Dahmer, posando para la cámara durante la entrevista

RR: Entonces, ésta no fue la causa. He oído de tu interés por diseccionar animales y cosas por el estilo. ¿Cuándo empezó?

JD: A los quince o dieciséis años. (En la clase de Biología) nos hicieron diseccionar un lechón.

RR: ¿Cómo describirías tu fascinación por, bueno, por la desmembración (Dahmer se ríe) de animales?

JD: Pues… uno fue un perro grande que encontré en la carretera. Iba a separar la carne, blanquear los huesos, reconstruirlos y venderlo. Pero no llegué a hacerlo. No sé cómo empecé a meterme en esto; es una afición un poco rara.

RR: Me parece recordar que pusiste la cabeza en un palo y lo dejaste detrás de tu casa.

JD: Fue una broma. Encontré al perro y lo rajé para ver cómo era por dentro. Después se me ocurrió que sería divertido clavar la cabeza en una estaca y dejarla en el bosque. Llevé a uno de mis amigos y le dije que me lo había encontrado entre los árboles. También le tomé una fotografía.

RR: ¿Qué edad tenías entonces?

JD: Creo que dieciséis.




RR: Tenías unos dieciocho años cuando cometiste el primer asesinato, ¿no es cierto?

JD: Antes llevaba un par de años teniendo la fantasía de encontrar a un hombre guapo haciendo dedo y (pausa dramática)… gozar sexualmente de él (…) Ocurrió por casualidad una semana que no había nadie en casa. Mi madre estaba fuera con David, en un motel a unos ocho kilómetros; yo tenía el coche, eran más de las cinco de la mañana y regresaba a casa después de haber bebido. No buscaba a nadie, pero a un kilómetro de casa, lo vi. Hacía dedo. No llevaba camisa y era guapo. Me sentí atraído por él. Pasé por delante de él, frené y pensé: “¿Qué hago? ¿Lo hago subir o no?” Le pregunté si quería fumar un porro y él respondió:“¡Estupendo!” Fuimos a mi habitación, bebimos unas cervezas y en el rato que pasamos juntos vi que no era gay. No sabía cómo retenerlo, más que agarrando la barra de las pesas y golpeándolo en la cabeza. Luego lo estrangulé con la misma barra (…) Estaba muy asustado por lo que había hecho. Anduve un rato de un lado para otro por la casa. Al final me masturbé (…) Más tarde bajé el cadáver al sótano. Me quedo allí, pero no puedo dormir, vuelvo a subir a la casa. Al día siguiente tengo que pensar en una manera de deshacerme de las pruebas. Compro un cuchillo de caza. Por la noche vuelvo a bajar, le abro el vientre y me masturbo otra vez.

RR: ¿Te excitó sólo el físico?

JD: Los órganos internos.

RR: ¿Los órganos internos? ¿La acción de destriparlo?

JD: Sí, luego le corto un brazo. Luego todo el cuerpo en pedazos. Meto cada trozo en una bolsa y después todo en tres bolsas grandes de plástico para la basura. Pongo las bolsas en la parte trasera del coche y me voy a tirar los restos a un barranco, a quince kilómetros. Son las tres de la madrugada. Voy por una carretera secundaria desierta y, a mitad de camino, me para un policía, por ir demasiado a la izquierda. El agente pide refuerzos. Son dos. Me hacen la prueba de alcoholemia. La paso. Iluminan el asiento trasero con la linterna, ven las bolsas y me preguntan qué es. Les digo que basura, porque cerca de mi casa no hay ningún vertedero. Me creen a pesar del olor. Me ponen una multa por circular demasiado a la izquierda… y vuelvo a casa (…) (Las bolsas) las volví a dejar en el sótano. Agarré la cabeza, la lavé, la puse en el suelo del cuarto de baño, me masturbé; luego volví a meter la cabeza con el resto de las bolsas, abajo. A la mañana siguiente… metí las bolsas en una tubería de desagüe enterrada que medía unos tres metros. Aplasté la entrada de la tubería hasta cerrarla y las dejé unos dos años y medio dentro.

RR: ¿Cuándo volviste a buscarlas?

JD: Después del ejército, después de trabajar un año en Miami. Abrí la tubería, agarré los huesos, los rompí en trozos pequeños y los esparcí por la maleza.

RR: ¿Tienes idea de dónde te vino esta fantasía de tomar a alguien por la fuerza? ¿También imaginabas quitar la vida a alguien?

JD: Sí, sí. Todo… todo giraba alrededor de tener un dominio absoluto. Por qué, o de dónde me vino esto, no lo sé.

RR: ¿Te sentías fuera de lugar en tus relaciones con la gente?

JD: En el pueblo donde vivía, la homosexualidad era el máximo tabú. Nunca se hablaba de eso. Yo sentía deseos de estar con alguien, pero nunca conocí a nadie que fuera gay, por lo menos que yo supiera; sexualmente era muy frustrante.

RR: ¿Cómo te aficionaste a (las píldoras para dormir)?

JD: Llevaba un tiempo yendo al sauna y la mayoría de los que conocía allí quería sexo anal; a mí esto no me interesaba, prefería encontrar una manera de quedarme toda la noche con ellos sin necesidad de esto.

RR: En aquella época, ¿tenías intenciones de llevarte a alguien a casa?

JD: No, en absoluto. Por eso empecé a utilizar el maniquí. ¿Sabía esto? Buscaba la manera de satisfacerme sin hacer daño a nadie.

RR: ¿Intentaste apartarte de todo esto?

JD: Sí. Durante dos años. Alrededor de 1983 empecé a frecuentar la iglesia con mi abuela. Quería enderezar mi vida. Iba a misa, leía la Biblia, intentaba apartar todo pensamiento relacionado con el sexo, y durante esos dos años salí adelante. Pero una noche, en la biblioteca local, leyendo un libro y pensando en mis cosas, se me acercó un chico, me tiró una nota en el regazo y se alejó apresuradamente. La nota decía: “Si bajas al lavabo de la planta baja, te la chupo”. Me lo tomé a broma y no le di más importancia. Pero unos dos meses después empecé otra vez, el impulso, la compulsión. Aumentó el deseo sexual. Volví a beber y a frecuentar los sex-shops. En aquel tiempo tenía controlado el deseo, pero quería encontrar la manera de saciarme sin hacer daño a nadie. Así que me hice socio del sauna, iba a bares gay e intentaba obtener satisfacción con el maniquí. Luego ocurrió el incidente del cementerio. Leí la esquela de un joven de dieciocho años y me presenté en el tanatorio. Vi el cadáver y era un hombre muy atractivo. Cuando lo hubieron enterrado, agarré una pala y una carretilla con la intención de llevarme el cadáver a casa. Alrededor de medianoche me dirigí al cementerio, pero el suelo estaba helado y tuve que abandonar mi propósito.

RR: ¿Descubriste que en los bares era fácil conseguir que alguien se fuera contigo?

JD: Exacto. Era un muchacho muy guapo. Le invité a la habitación del hotel. Estuvimos bebiendo. Yo tomaba Coca Cola con ron de alta graduación. Le hice beber a él también y se quedó dormido. Yo seguí bebiendo y debí de quedarme en blanco, porque no recuerdo nada de lo que ocurrió hasta que me desperté por la mañana. El estaba tumbado de espaldas, con la cabeza colgando del borde de la cama; yo tenía los antebrazos llenos de contusiones y él algunas costillas rotas y otras lesiones. Al parecer, lo había golpeado hasta matarlo (…) No recuerdo haberlo hecho y no tenía ninguna intención de hacerlo (…) Estaba horrorizado. Pero tenía que hacer algo con el cadáver. Lo encerré en el armario, me fui al centro comercial y compré una valija grande con ruedas. Lo metí dentro. Reservé la habitación para otra noche. Me quedé ahí sentado, aterrorizado. La noche siguiente, a la una de la madrugada, abandoné el hotel, pedí al taxista que me ayudara a meter la valija en el portaequipajes, y me dirigí a casa de mi abuela. Escondí la valija en el sótano y lo dejé allí aproximadamente una semana.

RR: ¿Y no despedía ningún olor?

JD: No, porque hacía frío. Era la Fiesta de Acción de Gracias y no podía hacer nada porque iban a venir unos familiares de visita.

RR: ¿Por qué no dejaste el cadáver en la habitación?

JD: Porque estaba a mi nombre.

RR: Sigamos. Tienes el cadáver escondido allí abajo una semana…

JD: Mi abuela sale un par de horas para ir a la iglesia, y yo bajo a buscarlo. Agarro un cuchillo, le rajo el estómago, me masturbo, luego separo la carne y la meto en bolsas, cubro el esqueleto con una colcha y lo hago pedazos con una maza. Lo envuelvo todo y el lunes por la mañana lo echo a la basura. Excepto el cráneo. El cráneo me lo guardé (una semana). Lo metí en lejía concentrada para blanquearlo. Quedó limpio, pero demasiado frágil y lo tiré.

RR: Con el joven laosiano te salió el tiro por la culata. La policía te detuvo.

JD: Mmm-hmm. El agente y yo volvimos al apartamento. Registraron la casa. No encontraron el cráneo que tenía en una cómoda del vestíbulo (…) Estaba debajo de la ropa. En Ohio se les pasaron por alto las bolsas de basura y ahora no veían el cráneo.

RR: Si lo hubieran encontrado, las cosas habrían cambiado considerablemente, ¿verdad?

JD: Sí. Y salir del hotel como lo hice. No era nada normal. Cuestión de suerte.

RR: Según parece, habías elaborado un plan muy detallado para convencer a la gente de que fuera contigo. Estabas seguro de que siempre lo conseguirías.

JD: Sí. Pero algunas veces no funcionaba. Algunas veces, muy pocas, estaba muy borracho, y me llevaba a alguien que no era tan atractivo como había creído, y por la mañana tenía resaca y se iba. Otras veces no quise matarlos, porque no quería estar con ellos. Esto me ocurrió tres o cuatro veces. Otras noches no quería estar con nadie y volvía a casa a ver un video o leer.

RR: No tenías muchas cintas de video.

JD: A medida que pasaban los años, fui dejando de lado los videos y las revistas que no me atraían. Aparte de las películas porno, veía las del Jedi, la trilogía de La guerra de las galaxias. El personaje del Emperador, con su control absoluto, encajaba perfectamente en mis fantasías. Supongo que a mucha gente le gustaría tener el control total, es una fantasía muy común.

RR: Tuviste algo con las ciencias ocultas. ¿Era un intento de conseguir más poder?

JD: Sí, pero no fue nada serio. Hice algunos dibujos. Iba a librerías especializadas en ciencias ocultas y compraba material, pero nunca hice ningún ritual con las víctimas. Probablemente lo habría hecho seis meses más tarde, si no me hubieran detenido.

RR: Tengo una copia de un dibujo tuyo. Es toda una fantasía, ¿eh?

JD: Habría sido una realidad, con seis meses más.

RR: ¿Qué había detrás del hecho de que conservaras los esqueletos, los cráneos, el pelo, las partes del cuerpo?

JD: Conservar los cráneos era una manera de sentir que había sido un desperdicio total matarlos. Los esqueletos iba a utilizarlos para el Templo, pero ésta no fue la motivación para matarlos; se me ocurrió después.

RR: Parece que tolerabas mal que la gente se marchara.

JD: Mis víctimas eran ligues de una noche. Siempre me dejaban claro que tenían que volver al trabajo. Y yo no quería que se fueran.

RR: Con el primer muchacho, al que intentaste convertir en zombie, no te salió bien. ¿Volviste a intentarlo?

JD: Lo intenté otra vez, doblé la dosis y el resultado fue fatal. Esta vez no hubo estrangulamiento. Luego intenté inyectar agua hirviendo. Más tarde se despertó. Estaba muy aturdido. Le di más píldoras y volvió a dormirse. Esto fue la noche siguiente. De día lo dejaba allí.

RR: ¿Hasta dónde perforaste el cráneo con el taladro?

JD: Sólo hasta el hueso. Lo inyecté. Estaba dormido y salí a tomar una cerveza rápida al bar de enfrente antes de que cerrasen. Cuando volvía, le vi sentado en la acera y alguien había llamado a la policía. Tuve que pensar deprisa: les dije que era un amigo mío que se había emborrachado y me creyeron. En mitad de un callejón oscuro, a las dos de la madrugada, con la policía a un lado y los bomberos al otro. No podía ir a ninguna parte. Me pidieron el carnet de identidad y se los enseñé. Trataron de hablar con él y les respondió en su lengua. No había rastros de sangre; le examinaron y se creyeron que estaba completamente borracho. Me dijeron que me lo llevara adentro; él no quería entrar, pero entre dos agentes lo subieron al apartamento.

RR: ¿Lo examinaron?

JD: No. Lo tumbaron en el sofá y echaron un vistazo al apartamento. No entraron en mi dormitorio. Si lo hubieran hecho, habrían visto el cadáver (de una víctima anterior) que aún estaba allí. Vieron las dos fotos que le había sacado antes al muchacho, que estaban encima de la mesa del comedor. Un agente le dijo al otro: “¿Lo ves? Ha dicho la verdad”. Y se marcharon.

RR: ¿Cuánto tardaste?

JD: Unas dos horas (…) Tenía mucha práctica. Es un trabajo sucio. Trabajaba deprisa. Siempre en la bañera.

RR: Y te deshiciste de él. ¿Arrojaste mucho por el inodoro? ¿No se atascaba?

JD: No, jamás se me atascó.

RR: ¿Cómo ocurrió que empezaras a comer cadáveres?

JD: Mientras desmembraba (a uno de ellos). Guardé el corazón. Y los bíceps. Los corté en pedazos pequeños, los lavé, los metí en bolsas de plástico herméticas y las guardé en el congelador; buscaba algo más, algo nuevo para satisfacerme. Después los cociné y me masturbé mirando la foto.

RR: ¿Nunca sentiste inclinación por los niños? ¿Cuáles eran tus preferencias?

JD: Los hombres hechos y derechos (…) Todo el mundo cree que era una cuestión racial, pero eran diferentes. El primero era blanco, el segundo era un indio norteamericano, el tercero era hispano y el cuarto era mulato. El único motivo de que levantara hombres negros era que en los bares gay eran mayoría (…) Recuerdo a uno; nos desnudamos. Estuvimos en la cama, acariciándonos. Nos masturbamos. Y lo encontré tan atractivo que quise conservarlo.

RR: ¿Qué había dentro del bidón azul?

JD: Los torsos sin cabeza (…) Era para el ácido. Para tratar los torsos.

RR: ¿Cuál era el propósito de las lámparas?

JD: Eran globos azules. Apagaba la luz de arriba y conseguía dar una atmósfera misteriosa y oscura al escenario. Efectos especiales. Como en las películas del Jedi.

RR: ¿Y lo de tus lentes de contacto amarillos?

JD: Los dos protagonistas de estas películas llevaban unas lentes en los ojos que emanaban poder. Formaba parte de mi fantasía.
RR: ¿Y por qué barnizar los cráneos?
JD: Para darles un aspecto más uniforme. Después de unas semanas, algunos no estaban tan blancos como los otros y tenían un aspecto artificial, como fabricados para un anuncio.

RR: ¿Qué pasó con aquel muchacho que golpeaste con un martillo?

JD: Se marchó furioso, diciendo que iba a llamar a la policía. Quince minutos más tarde, regresó. Llamó a la puerta y le dejé entrar. Dijo que necesitaba dinero para el teléfono, o el taxi, o no sé qué. Me pareció increíble que volviera. ¿Puede creérselo? (…) Tenía miedo de dejarlo ir otra vez; forcejeamos unos cinco minutos. Los dos estábamos agotados. Estuvimos en el dormitorio hasta las siete de la mañana. Lo calmé; me prometió que no llamaría a la policía. Fuimos a la esquina, paré un taxi y ésa fue la última vez que lo vi.

RR: ¿Qué tipo de persona habrías deseado como compañero sexual?

JD: Me habría gustado tener un hombre blanco bien desarrollado y complaciente. Habría preferido tenerlo vivo y que estuviera siempre a mi lado.

RR: ¿Que saliera a trabajar y que llevara una vida normal, o que sólo estuviera contigo?

JD: Que sólo estuviera conmigo.

RR: ¿Alguna vez pensaste que el otro había hecho algo mal y que tú tenías justificación para…?

JD: No. Esto es lo que creía Palermo, el psicólogo forense: que yo lo hacía para librar al mundo de malvados. Y no lo hacía por eso. Nada de psicologías profundas, ¿eh? No siempre funcionan.












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