Sokratis Papastathopoulos - El filósofo de la cancha.

25.06.2014 a las 04:59 hs 647 0

Bienvenidos a mi nuevo ULTRA crap!


Advertencias:
1. El contenido de este post NO es de mi autoría, al final adjunto la fuente.
2. Es completamente CRAP, pero muy entretenido.
3. Espero que esto sea mi único copy-paste; pero está muuuy bueno!




Habla el defensor griego que mantiene viva la tradición filosófica de su país: "No importa ganar, perder o divertirse, sino trascender la vida, la muerte y la nada".

La infancia de Sokratis Papastathopoulos no fue fácil. No sólo porque con ese apellido todos se le cagaban de risa cuando maestros y preceptores tomaban asistencia, sino también a raíz de que por alguna razón que él mismo desconoce el peso del gran misterio que es la existencia cayó sobre sus hombros tan pronto aprendió las primeras palabras.

"Era un chico especial, 'raro' como me decían en el barrio. No me enganchaba en los juegos habituales. No me interesaba remontar barriletes, jugar a la pelota o a los cowboys. A lo sumo, si conseguía quien se sumara, jugaba a una versión de 'la escondida' que yo había inventado, y que consistía en buscar no a compañeros ocultos, sino en encontrar el sentido del Universo. Era bueno porque nadie ganaba, todos perdíamos. Pero después de dos veces de jugarlo me quedé más colgado que Ícaro en un eclipse", dice Sokratis, que nos recibe en la concentración de la Selección de Grecia.

Papastathopoulos es marcador central en el equipo europeo. Su estilo reconcentrado y su aspecto de estar sumido en una eterna reflexión le generaron tantos adeptos como detractores. "No me importan esas vanidades, al fin de cuentas tanto ellos como yo somos pequeñas partículas vivientes que tienen depositadas sus muertes a plazo fijo", dice él cuando se le pregunta por la polémica que generó en la prensa griega su convocatoria entre los 23 elegidos para representar al país en el Mundial de Brasil.

No es fácil entrevistarlo. Papastathopoulos se abstrae constantemente, y es como si cada acontecimiento en el entorno, por pequeño que sea, lo asombrara y desafiara al mismo tiempo. "¿Disfrutan de su pequeña vida o los desespera su diminuta muerte", nos dirá al ver a dos moscas apareándose sobre el vaso de su jugo de naranjas.

El defensor solitario.
A unos metros se oyen las risas y gritos del resto de la delegación, que está en horario de esparcimiento. La mayoría eligió repartirse en las mesas de ping pong. "El dia en que las manipulaciones genéticas logren suprimir el factor que nos hace olvidar casi todo el tiempo que hemos de morir, habrá abierto las puertas a la etapa más oscura o más maravillosa de la humanidad", dice con el rostro de músculos quietos, observando a los otros con una mirada en la que no logro saber si hay pena o desprecio.

-¿Por qué eligió ser defensor?¿Cuando chico no prefería otro puesto en la cancha?
-Comencé siendo arquero, y era muy bueno, si la inmodestia me es permitida. Me parecía una función noble. El hombre que lleva todas las de perder, porque si ataja bien nadie se lo agradecerá, y si falla soportará los insultos de los propios y las burlas de los extraños. Pero me equivoqué. Si uno ataja bien, hay una arrogancia que se derrama sobre el alma. Y lo peor de todo: se puede simular que uno ataja bien.

-Las atajadas ampulosas, dice usted.
-Las atajadas que se hacen sobreactuando el esfuerzo. Simples pelotazos lanzados sin convicción o sin oportunidades suficientes, que podrían ser controlados de una manera sencilla, pero que sin embargo se afrontan con desmesurados revolcones, vuelos o puñetazos. Es algo que se ve cada vez más. El arquero es un traidor a las mejores tradiciones de la especie.

-Entonces llegó la decisión de defender.
-No, antes me ubiqué en el medio. Me parecía el rol del equilibrio y de la generosidad. El mediocampista no juega para su propio lucimiento. Lucha para que los defensores no sientan el fragor de la lid, batallan para que los delanteros puedan besar la gloria.

-¿Y no se sintió cómodo o le pareció que no rendía en ese lugar?
-Me di cuenta de que la entrega puede ser una gran coartada para la egolatría. Lo ves todo el tiempo en los comentarios deportivos: "impresionante lo de menganópoulos barriendo la mitad de la cancha", "todo el equipo debiera aprender de la garra de perenganópoulos", etcétera. Aprendí a desconfiar de la propia bondad. Porque ¿somos buenos por el amor al bien o por el reconocimiento de los demás entes? Cuando el bondadoso condena al malvado, ¿lo hace por sostener los valores a los que adhiere o porque envidia los caminos breves del mal y no tiene el valor suficiente para seguirlos, el valor de dejar de ser aplaudido por "bueno"?

-¿No pasa algo similar con los defensores?
-Siento que no. El defensor es un marginal, un villano sin salvación. El defensor no luce en el juego. Es más, se espera de él que no luzca. Se sospecha de los defensores que juegan bien, que son capaces de una finta, de una rabona, de una gambeta a gran velocidad. Se los requiere rudos, ásperos, rebelados a la belleza. El defensor simboliza al dolor, a la ausencia. A todo aquello que, por contraste, permite que las cosas bellas sean eso, bellas. Los defensores hemos renunciado a la felicidad, al don, al reconocimiento, a la vida. Y digo vida con cierta licencia, porque ¿puede llamarse vida a lo que no tiene más final que la desvida, el vacío?

-Pero si cumplen su misión, son muy reconocidos también.
-Es verdad, pero el defensor que supo quitar la cizaña de su espíritu sabe que lo suyo es la destrucción, y que nada lo redime, mucho menos los vítores de quienes llevan su misma bandera. Podría salvarlo el perdón de los adversarios, pero los adversarios, en el fútbol, nunca saben de perdones. Y quizás hagan bien, quizás el perdón sea un acto de debilidad, de autocompasión, de cobardía o de interesada inversión en pos de una dispensa recíproca posterior. En cualquier caso, el perdón es siempre un acto de injusticia, aunque lo perpetre la víctima.

-Me parece radical la visión. Un defensor destruye el juego, pero el juego del oponente.
-El juego del oponente es parte del juego mayor, así como la vida de cada uno es parte de una vida en sentido amplio, que nos arrastra y nos porta a todos. Por eso la muerte de cada ser vivo es la muerte de uno también.

-"No preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti".
-Exacto. Salvo en Bolivia, donde las campanas y las pelotas no doblan.

-Volviendo al punto anterior, me sigue pareciendo muy dramática la lectura del rol del defensor. Además, por lo que uno ve, es como si las defensas fueran fraternidades, ¿no?¿Esa amistad tan singular no es un hecho feliz?
-No es verdad. El defensor sabe que está solo ante el partido, como sabe el moribundo que está solo ante La Parca que comienza a mover el picaporte de su puerta. No hay tal fraternidad. Si otro defensor te pasa la pelota, te está complicando, te está dejando la responsabilidad de sacar el balón de la zona de peligro. Si no te la pasa, te está ignorando. Si te cubre las espaldas, desconfía de ti. Si no lo hace, te traiciona.

-Cuesta verlo tan así.
-Pero es así. Por eso siempre me llevé bien con los técnicos que minimizan la presencia defensiva. Líneas de fondo de cinco o cuatro jugadores me parecen insoportables. Tres en defensa ya es una superpoblación apenas tolerable.

-¿Recuerda a un entrenador en particular como el mejor que tuvo?
-Nikolaikis Adeinitaikis. Dejó de lado el tradicional 3-5-3 en el AEK Parthenon, cuando yo empezaba allí, y pasamos a un audaz y luminoso 1-3-6.

-¿Sólo usted atrás?
-Exacto. Fue la mejor época de mi vida como futbolista, y probablemente de mi vida personal también. Estar solo en la línea de fondo me daba un espacio importantísimo de instrospección, de encuentro conmigo mismo, de exploración de mis límites y de mis horizontes. No podía transferir culpas a nadie, no podía nadie apropiarse de mis méritos. La soledad más absoluta. La soledad que duele. La soledad que llueve sobre las secretas semillas que llevamos dentro.

-¿Cómo les fue?
-Descendimos, con tres puntos en el torneo (por no presentación de un equipo a raíz de un accidente aéreo), seis goles a favor y ciento ochenta y cuatro en contra. Pero nunca me sentí más cerca de mí mismo.

La práctica se retoma, y Sokratis es convocado. Antes de correr hacia el campo de juego de la concentración, nos pide que mencionemos en la nota que el ídolo de toda su vida fue Krónikhas Garapapópulos, un número diez del AEK Athenas que él seguía en su adolescencia. "No le pegaba bien con ninguna de las dos piernas, y era bastante pesado, pero fue el único volante ofensivo que yo vi con la capacidad de bañarse dos veces en el mismo río", cuenta.

Nos quedamos un ratito más, viendo el comienzo del partido de titulares contra suplentes. En una pelota dividida, Sokratis va con todo y quiebra tibia y peroné de un muchacho enjuto cuyo nombre ignoramos. Varios se arremolinan y empujan a Papastathopoulos, que se esmera en llegar al delgado delantero que se retuerce sobre el césped como una babosa bañada en sal. "Grita tu cuerpo, no tu alma; intenta conectarte con la tierra en la que ahora reposas, porque es el final de todas nuestras sendas. No importa ganar, no importa perder, no importa divertirse; sólo importa trascender la muerte, la vida y -sobre todo- la nada", le dice.

El chico lo mira, se acaricia los huesos expuestos y lo manda a la recontramilconcha de su hermana.

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