Juga con esta!!!!!

07.02.2021 a las 10:18 hs 412 0



Ernő Rubik nació el 13 de julio de 1944. Sus padres estaban viviendo momentáneamente en ciudades distintas, de manera que su madre debió
arreglárselas por su cuenta para llegar al hospital en medio del fuego
cruzado en el sitio de Budapest.


El pequeño Ernő comenzó a mostrar una facilidad inusual para los rompecabezas. Según cuenta pronto llegó a sus manos el milenario tangram
chino (siete piezas de diferentes formas y colores que, reunidas sin
solaparse, pueden armar figuras geométricas), luego el Juego del 15 y,
finalmente, el Pentominó: un acertijo poli-geométrico que inspiró al
creador del Tetris. Rubik había encontrado la horma de su zapato.


Los rompecabezas sacan a relucir cualidades importantes en cada uno de nosotros: concentración, curiosidad, sentido del juego, el afán por
descubrir una solución

En la primavera de 1974, Rubik estaba por cumplir 30 años pero su cuarto era como la habitación de un niño híper-estimulado. Por aquí y allá,
colgando de las paredes, sobre la mesa o tirados en el piso, una
constelación indescifrable de cuerdas, crayones, lápices, reglas,
destornilladores y pegamento. En medio de ese caos, encontró una idea: reunir ocho cubos pequeños de tal manera que permanecieran unidos pero también pudieran moverse individualmente. No tenía la menor idea de si sería interesante para alguien más. Por el momento, era interesante para él. Más que suficiente.


Para arrancar, Rubik hizo ocho cubos de madera idénticos, perforó los vértices y los unió con bandas elásticas. Apoyados en sus caras, los
cubos se podían mover pero el centro se convertía rápidamente en un nudo
y la estructura colapsaba. Reemplazó las banditas por tanza de pescar.
No funcionó. Si había una solución, debía ser simple. Agregó un cubo en
medio de los pares (en lugar de 2x2x2, cada lado sería un 3x3x3) y la
idea de un núcleo secreto. El movimiento fue más fluido y completo, pero
aún había problemas. Rubik se abrió paso. No era un diseñador
industrial, estaba solo, no sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Unos días después, las partes ofrecieron una interdependencia mucho más
allá de lo imaginado. Era extraño, un poco inquietante. El Cubo sugería cosas que su propio creador no había anticipado.


“Recuerdo el momento en que levanté el objeto final de la mesa y con mucha
cautela comencé a girar”, recuerda Rubik. “Funcionó casi por sí solo.
Este era el momento que había estado esperando y me las arreglé para
disfrutarlo, aunque sea brevemente. Porque entonces me di cuenta, como
todos los recién nacidos, que el Cubo estaba desnudo. Sin adornos, toda
su información importante permanecía inaccesible. Las superficies
visibles de todos los elementos parecían ser idénticas. Si los elementos
individuales no fueran reconocibles, habría sido imposible seguir todos
los asombrosos movimientos y ver el vasto potencial del Cubo. ¿Cómo
podría alguien ver un cambio de orden si todas las partes lucían
iguales?”


Rubik pintó cada una de las seis caras de un color diferente (amarillo, azul, rojo, blanco, naranja, verde) y, para sentir
el placer de rastrear las relaciones, comenzó a girar el cubo. Solo
tenía que memorizar una vuelta. Después otra y otra.
“Y así fue con ese primer Cubo mezclado: me encontré en un paisaje totalmente desconocido. Tuve que resolver todos los problemas que nunca
hubieran existido si no hubiera creado el Cubo. (…) Era como si
estuviera mirando fijamente un código secreto, que yo mismo había creado
pero que no podía penetrar”


Entre 1977 y 1979, el Cubo vendió 300 mil unidades en su país y recibió los premios de la Feria Internacional de Budapest y el
Ministerio de Cultura. Mezclado entre delicias húngaras como las
salchichas y el vino Tokaji, hizo sus primeros viajes y vendió otros 50
mil más allá de las fronteras. Las empresas majors de juguetes, sin
embargo, no lograban interesarse.


El Cubo paseaba sin pena ni gloria por las ferias hasta que, en su extraño camino, se cruzó con un nativo de Transilvania. No era
precisamente un vampiro, pero vaya si era un sobreviviente. Después de
escapar del holocausto, Tom Meyer se había metido en el negocio de los
juguetes y giraba por ahí en busca de la gran oportunidad
Hábil para los negocios, Meyer convenció a la empresa Ideal Toy para fabricar el producto a escala planetaria. Pero había un problema: el
nombre.


Para la industria de los juguetes, Cubo y Mágico eran palabras fatigadas. Necesitaban otra cosa. “Mi nombre funcionó en el Cubo: era corto y
nítido, inusual pero no exótico y fácil de pronunciar en muchos idiomas
diferentes”, cuenta Rubik. “Sigue siendo reconocible con cualquier
acento, no tiene asociaciones con personalidades notorias y no es común.
También tiene un lindo ritmo de uno-dos, y hay algo casi onomatopéyico
en la b, que sugiere un ritmo y movimiento, y el tono agudo de la k. Ideal Toy me envió una carta de consentimiento y firmé el documento.
Incluso cuando entendía la importancia de nombrar como acto (después de
todo, ya tenía una hija), en ese momento no aprecié el significado
completo."
La feria de New York encendió un reguero de pólvora. En los primeros tres años, se vendieron 100 millones de cubos en todo el mundo y las
fábricas nunca alcanzaron a cubrir la demanda.


La criatura llegó a la
tapa de Time, puso seis libros a orbitar en los rankings y, en junio de 1982, celebró el primer Campeonato Mundial. Parecía demasiado. La moda habilitó versiones truchas, saturó el
mercado y para octubre de ese año provocó aquel obituario del New York Times: “la fiebre ha terminado”.


Rubik no paniqueó. Ya había montado su propia
fundación y, en el núcleo indivisible de su corazón, conocía la virtud
de su hijo. Solo había que esperar el cambio de la marea.
para mediados de los noventa el Cubo ya tenía sus versiones digitales. Los mundiales de speedcubing ajustaban sus reglas y agregaban pruebas imposibles: con los ojos
vendados, con una sola mano, con la menor cantidad de movimientos, con
los pies.


Como una celebridad desconcertante, Ernő Rubik comenzó a
llegar a los eventos y a pasearse entre los jóvenes de mirada perpleja:
“¿cómo pudo este modesto y poco impresionante caballero húngaro haber
creado este objeto milagroso?”Frente al récord de 4.22 segundos del australiano Feliks Zemdegs, Rubik no tiene nada que hacer. “Me tomó
un mes completo hacerlo por primera vez: volver al punto de partida”,
recuerda Rubik, emocionado. “Finalmente, en un momento maravilloso y
memorable, todo encajó. Lo miré y todos los colores estaban donde debían
estar. ¡Qué sensación tan fascinante! La mezcla de una gran sensación
de logro y un alivio absoluto. Y la verdadera sensación de curiosidad:
¿cómo sería volver a hacerlo?”

GRACIAS POR PASAR!!!!!



FUENTE: https://www.pagina12.com.ar/321590-las-memorias-de-erno-rubik-el-hombre-que-creo-el-cubo-magico


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