Memorias de la 1ra mujer de Charly Garcia

02.06.2019 a las 17:41 hs 580 0

Fue fan de Sui Generis, pareja y musa de Charly García, parte fundamental de PorSuiGieco a pesar de no estar incluida en el nombre, madre de Miguel y finalmente pareja de Nito Mestre e integrante de Los Desconocidos de Siempre, en ese descuidado orden. María Rosa Yorio
Empezamos a pasar mucho tiempo en Phonalex. En aquella época no había demasiados pianistas en el rock argentino y su amigo Raúl Porchetto lo convocó para tocar en Cristo Rock. Fue la primera grabación de Charly en un estudio profesional, el puntapié inicial para una suerte de carrera trunca como sesionista del sello.
caminar desde mi casa hasta Retiro, subirnos al tren y bajarnos en San Isidro para tomar un helado. Su sencilla manera de agasajarme. Una de esas tardes, unos conchetos de la zona cuchicheaban en los banquitos de la heladería.–¿Cómo puede ser que esté con esa mina?   –decían.Charly parecía no escucharlos pero estaba más acostumbrado que yo a los rechazos. Nos levantamos y paseamos por esas calles arboladas. De repente, mientras disfrutábamos del aire libre como dos adolescentes, comenzaron a llover monedas.–¿De dónde salen estas monedas? –le pregunté–. ¿Cómo puede ser?–No sé –me contestó.Comprendí, como un rayo, que estaban siendo arrojadas con gomeras desde las casas que se recortaban a unos cien metros de distancia. Con ese método se encargaban de dejarnos bien en claro que era una zona exclusiva y que no dudarían en utilizar cualquier medio para echarnos. San Isidro no era, por cierto, el único lugar donde ya no éramos bienvenidos.
Charly tomó la guitarra y comenzó a cantar los primeros versos de “Confesiones de invierno”.–No me parece muy buena –le dije.La canción era preciosa y yo lo sabía. Pero algo que no lograba identificar comenzaba a permear nuestra historia. La letra, además, decía ni más ni menos que la verdad. Carmen había entrado en conflicto con el destino de su hijo.“Me echó de su casa gritándome ‘no tienes profesión’”.Esa era Carmen, y ese era Charly.Una cosa es leer sobre el amor y otra cosa es amar.
¿viene el transparente hoy? –me preguntó mi compañera Me gustaban su boca y la profunda oscuridad de sus ojos. Su beso.Charly era el transparente.Charly y yo terminábamos el día en su habitación, donde estaba su cama y el piano acústico vertical con el que cantábamos; me mostraba sus temas nuevos.Incluso cuando todavía no pasaba absolutamente nada con la banda y no teníamos un peso partido a la mitad, Charly siempre fue muy serio con respecto a su música.Tekla, la madre lituana de Nito, tenía tan poca esperanza en la carrera de su hijo que ni siquiera lo dejó viajar para una gira de invierno, un par de recitales organizados por Pierre Bayona para la comunidad italiana o española en Mar del Plata.Pierre consiguió un reemplazante llamado Petty Guellache y partimos hacia la Costa. El lugar de los conciertos quedaba en medio del campo. Allí, envueltos en un frío sureño impresionante, nos agarramos un pedo morboso y horrible. El alcohol destrabó las emociones de Petty Guellache, que se enamoró súbitamente de mí y empezó a correrme por el campo. Charly no le dijo “cortala que es mi mujer”. Como haría cada vez que alguno me tiraba una onda, sencillamente ignoraba la situación. En un punto, era bastante gracioso.De regreso a Buenos Aires empezamos a pasar mucho tiempo en Phonalex. En aquella época no había demasiados pianistas en el rock argentino y su amigo Raúl Porchetto lo convocó para tocar en Cristo Rock. Fue la primera grabación de Charly en un estudio profesional, el puntapié inicial para una suerte de carrera trunca como sesionista del sello.Otra de nuestras costumbres era caminar desde mi casa hasta Retiro, subirnos al tren y bajarnos en San Isidro para tomar un helado. Su sencilla manera de agasajarme. Una de esas tardes, unos conchetos de la zona cuchicheaban en los banquitos de la heladería.–¿Cómo puede ser que esté con esa mina?   –decían.Charly parecía no escucharlos pero estaba más acostumbrado que yo a los rechazos. Nos levantamos y paseamos por esas calles arboladas. De repente, mientras disfrutábamos del aire libre como dos adolescentes, comenzaron a llover monedas.–¿De dónde salen estas monedas? –le pregunté–. ¿Cómo puede ser?–No sé –me contestó.Comprendí, como un rayo, que estaban siendo arrojadas con gomeras desde las casas que se recortaban a unos cien metros de distancia. Con ese método se encargaban de dejarnos bien en claro que era una zona exclusiva y que no dudarían en utilizar cualquier medio para echarnos. San Isidro no era, por cierto, el único lugar donde ya no éramos bienvenidos.Con Miguel recién nacido, en el conventillo reciclado de Tacuarí y Venezuela....Nunca lo vi componer.Charly tomó la guitarra y comenzó a cantar los primeros versos de “Confesiones de invierno”.–No me parece muy buena –le dije.La canción era preciosa y yo lo sabía. Pero algo que no lograba identificar comenzaba a permear nuestra historia. La letra, además, decía ni más ni menos que la verdad. Carmen había entrado en conflicto con el destino de su hijo.“Me echó de su casa gritándome ‘no tienes profesión’”.Esa era Carmen, y ese era Charly.Una cosa es leer sobre el amor y otra cosa es amar.huíamos de nuestros hogares para estar juntos. En casa, mientras tanto, empezaban a planear una gran remodelación y reciclaje. Ya era historia.Rápidamente apareció la posibilidad de entrar en una pensión de Soler y Aráoz, en Palermo; una serie de cubículos de cemento que dos españoles habían construido como albergue para gente de clase obrera.Artaud recién había salido y se convirtió en uno de nuestros discos de cabecera. Pero también empecé a escuchar música que yo no conocía y que Charly amaba. Procol Harum, Deep Purple, Premiata Forneria Marconi, Carole King y Joni Mitchell, que me marcaron muy profundamente. Sobre todo, escuchábamos mucho a Dylan. No solamente sus discos sino sus canciones interpretadas por otros cantantes como Peter, Paul & Mary. In the Wind, aquel disco que traía “Blowin’ in the Wind”, era uno de nuestros favoritos.En la pieza, a dos voces y con Charly sentado al mini piano, solíamos hacer nuestra propia versión de “Don’t Think Twice is Alright” y también las canciones para adultos de María Elena Walsh, como “Los ejecutivos”. Por eso siempre me causó gracia cuando Spinetta decía peyorativamente que la música de Sui Generis le resultaba parecida a las canciones de María Elena Walsh.En el fondo, Charly siempre se sintió un muchacho de barrio.En “Seminare”, cuando escribió aquello de “nunca comprenderás a un pobre pibe”, estaba realmente hablando de sí mismo.Aunque casi no la agarrara en los recitales, Charly ya tocaba muy bien la guitarra y fluía en todos los estilos, ritmos y armonías. Se divertía como loco haciendo música. Para mí, cantar era algo tan simple y natural que no tenía demasiada conciencia de lo bueno que era habernos encontrado. Ahí, en nuestro pequeño departamentito de pensión, dedicábamos buena parte del tiempo a sacar canciones. Charly siempre comprendía de inmediato la armonía de cada tema y a mí me gustaba tener las letras en manuscritos rubricados con lapicera y buena caligrafía
A los pocos meses ya teníamos un mini repertorio para cantar en las fiestas familiares. Charly llevaba una guitarra criolla a todas partes. En un momento dado hacíamos un showcito con un repertorio muy variopinto. Tocábamos “Blowin’ in the Wind”, “La Bohème”, “Cantata de puentes amarillos”, “Monday Monday” (de The Mamas & the Papas) y “Judy Blue Eyes”, de Crosby, Stills, Nash & Young; una canción cómica en francés llamada “Tom Pilibí”, “El brujito de Bulubú”, una versión en inglés de “Garota de Ipanema” (mi papá la tenía en algún disco) y mi caballito de batalla, “Chiquilín de Bachín” de Piazzolla y Ferrer, que Charly podía tocar tanto en el piano como en la guitarra. También cantábamos canciones de Carly Simon (“Anticipation”, “The Girl You Think You See”), Joni Mitchell (“Carey” y “For Free”, donde se pasaba al piano) y Carole King (“I Fell the Earth Move”, “Natural Woman”, “You’ve got a Friend”), que era una de sus compositoras preferidas; entre sus fuentes de inspiración estaba a la misma altura que Elton John.

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Charly quería hacer algo que, suponía él, hacían los caballeros. Me llevaba a cenar afuera y ponía en marcha el “paga-dios”. Arreglábamos el lugar del encuentro antes de sentarnos; luego de comer, la primera en levantarse era siempre yo. Una vez esperé largo rato en el lugar convenido y Charly demoró en aparecer. De repente lo vi venir corriendo, cubierto de una capa de sudor; estaba escapando de un mozo que recién abandonó la persecución luego de tropezar y rodar por el piso.
Un día compramos The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. En la pensión no se podía poner música fuerte y nos pusimos los auriculares; lo escuchamos acostados en la cama. Cada vez que sonaban los despertadores de “Time” nos sobresaltábamos. Nos encantaba esa sensación y éramos felices. Compartíamos todo. Yo usaba sus camisas como maxi vestidos; de mi guardarropas, Charly amaba una remera rosa con una tortuga y un pulóver rojo con grandes estrellas que yo había comprado en la Galería del Este. “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, que ya estaba hecha de mucho antes del disco Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, retrata aquellos días. Nuestra mejor época.–Yo soy Zampanó –me dijo Charly cuando salimos de ver La Strada.En su forma de interpretar los hechos yo era Gelsomina, la piba rara del circo que tocaba la trompeta.Él era el bruto exhibicionista que recorría una triste Italia de posguerra, rompiendo cadenas con el pecho y revolcándose con las mujeres al costado del camino. Su honestidad era ladina, mi ingenuidad prístina.A su manera, Charly estaba revelándome el futuro. Y la verdad. 

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